Confianza Santa y Autoridad Espiritual
Cuanto más está alguien con Jesús, más se vuelve esa persona como Cristo en pureza, santidad y amor. A su vez, su andar puro produce en él una gran osadía por Dios. Las Escrituras dicen: “Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león” (Proverbios 28:1). La palabra en negrita en este versículo significa “seguro”. Ese es precisamente el tipo de seguridad que los gobernantes de la sinagoga vieron en Pedro y Juan mientras ministraban en Hechos 4.
En el capítulo anterior, Pedro y Juan oraron por un mendigo lisiado, y éste fue sanado instantáneamente. La sanidad causó un gran revuelo en el templo y, en un intento por impedir que los discípulos compartiesen su fe en Cristo, los líderes religiosos los arrestaron y los sometieron a un juicio público.
Pedro y Juan luego se reunieron con los líderes de la sinagoga. La Biblia no entra en muchos detalles sobre esta escena, pero les puedo asegurar que los líderes religiosos la orquestaron para que fuera todo pompa y ceremonia. Primero, los dignatarios tomaron solemnemente sus asientos aterciopelados. Luego vinieron los parientes de los sumos sacerdotes. Finalmente, en un momento de silenciosa anticipación, los líderes religiosos con túnicas entraron pavoneándose. Todos hicieron una reverencia mientras los sacerdotes caminaban rígidos por el pasillo hacia el trono del juicio.
Todo esto tenía la intención de intimidar a Pedro y Juan, pero los discípulos no se sintieron intimidados en lo más mínimo. Habían estado con Jesús por mucho tiempo. Me imagino a Pedro pensando: “Vamos, comencemos esta reunión. Sólo dame el púlpito y suéltame. Tengo una palabra de Dios para esta reunión. Gracias, Jesús, por permitirme predicar tu nombre”. Pedro no iba a dar un sermón. No iba a estar tranquilo o reservado. Él era un hombre lleno de Jesús, rebosante del Espíritu Santo. ¡Estaba listo para predicar a Jesucristo! “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo… Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
Los siervos de Dios están seguros de su identidad en Cristo. Están confiados en la justicia de Jesús. Por lo tanto, no tienen nada que esconder; pueden presentarse ante cualquiera con una conciencia tranquila.