Contendiendo por Nuestra Fe
Si vas a muchas iglesias hoy, difícilmente podrías notar la diferencia entre el pastor y Sigmund Freud u Oprah Winfrey. Con parte de la adoración que tenemos en nuestras iglesias hoy, difícilmente podrías decir si es la iglesia o “America's Got Talent”. Es un espectáculo o un centro de entretenimiento. Esas cosas son demasiado anémicas para enfrentarse a los gigantes que tenemos hoy en nuestra tierra.
En mi vida, ahora tengo 63 años, nunca ha habido tanta depravación moral como la que hay ahora. Nunca ha habido un momento en el que haya habido tanta perversidad sexual. Ciertamente había pecado en nuestra nación cuando yo era más joven, pero nunca lo había visto alardear abiertamente como lo hace hoy.
Es como lo que Pablo escribió: “Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará” (2 Corintios 1:9-10). Podría ser fácil sentir que estamos bajo sentencia de muerte, renunciar a esta promesa de que nuestra nación, nuestras iglesias y nuestros corazones serán liberados.
Las Escrituras nos advierten sobre esto. “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 1:3-4, mis cursivas).
Si vamos a contender como nos pide Judas, no podemos contender por algún tipo de fe que no sea completamente bíblica o una porción de fe que sea la parte favorita de las Escrituras de tu tribu. Si vas a contender por esa santísima fe, entonces debe ser algo más que un cristianismo diluido y tibio. Tiene que ser una fe llena de fuego y del Espíritu Santo. Nuestras iglesias han sido liberadas antes; y pueden ser liberadas nuevamente. Debemos aferrarnos a esa gran esperanza de la liberación de Dios.