Correspondiendo con el Amor de Jesús

David Wilkerson (1931-2011)

Permíteme darte uno de los versículos más poderosos de todas las Escrituras. Proverbios nos da estas palabras proféticas de Cristo: “Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres” (Proverbios 8:30-31).

Amados, nosotros somos los hijos que se mencionan aquí. Desde la fundación misma de la tierra, Dios previó un cuerpo de creyentes unido a su Hijo. Incluso entonces, el Padre se deleitaba y se regocijaba en estos hijos. Jesús testifica: "Yo era el deleite de mi Padre, el gozo de su ser; ¡y ahora todos los que se vuelven a mí con fe son también su deleite!”.

Entonces, ¿cómo correspondemos con el amor de Jesús? Juan responde: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:2-3).

¿Cuáles son sus mandamientos? El Evangelio dice: “Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:35-40).

El primer mandamiento y el más importante es amar al Señor con todo nuestro corazón, alma y mente. No debemos guardarnos nada. El segundo amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Estos dos simples mandamientos, no gravosos, resumen toda la ley de Dios.

Jesús está diciendo aquí que no podemos estar en comunión con Dios o andar en su gloria si guardamos rencor contra alguien. Por lo tanto, amar a Dios significa amar a cada hermano y hermana de la misma manera que hemos sido amados por el Padre.

 
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