Derribando los Ataques de Satanás
Muchos cristianos citan un pasaje particular de los escritos de Pablo con un malentendido de lo que estaba escribiendo. “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:3-4). La mayoría de nosotros pensamos en fortalezas o ataduras tales como transgresiones sexuales, adicciones a las drogas, alcoholismo u otros pecados externos que ponemos en la parte superior de la lista de los "peores pecados". Sin embargo, Pablo se está refiriendo aquí a algo mucho peor que nuestra medida humana de los pecados.
Él no se está refiriendo a posesión demoníaca. En mi opinión, el diablo no puede entrar en el corazón de ningún cristiano vencedor y declarar un lugar en esa persona.
El significado figurativo de la palabra de Pablo para fortaleza en griego es “mantenerse firme en un argumento”. Una fortaleza es una acusación plantada firmemente en tu mente. Satanás establece fortalezas en los corazones del pueblo de Dios al sembrar falsedades y conceptos erróneos acerca de la naturaleza de Dios. Por ejemplo, el enemigo puede plantar una mentira en tu mente de que tú no eres digno de la gracia de Dios. Vez tras vez, él puede susurrarte: “Nunca serás libre de tu pecado que te asedia. No te has esforzado lo suficiente. Dios ha perdido la paciencia contigo por tus constantes altibajos”.
El diablo puede tratar de convencerte de que tienes derecho a estar amargo y que a Dios no le importa tu ánimo. Si sigues oyendo sus mentiras, vas a comenzar a creerlas. Estas mentiras pueden convertirse en fortalezas de Satanás.
La única arma que asusta al diablo es la misma que lo asustó en las tentaciones de Jesús en el desierto. Esa arma es la verdad de la Palabra viva de Dios. Según Miqueas, debemos aferrarnos a esta promesa: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.” (Miqueas 7:18–19). Nosotros no sujetamos nuestros propios pecados. Dios los someterá mediante el arrepentimiento y la fe.