Descendiendo de la Cima del Monte
Después de la experiencia de la transfiguración en la cima del monte, Jesús descendió e inmediatamente se encontró con un hombre que estaba en problemas (ver Mateo 17:1-21).
A menudo tengo que hacerles saber a los nuevos creyentes que pueden sentirse en la cima del mundo, solo para llegar a casa y ser asaltados por pensamientos no deseados o dudas sobre su salvación. Muchas veces cuando hemos disfrutado de una tremenda victoria espiritual, Satanás está a la vuelta de la esquina. Vas a un maravilloso retiro cristiano y experimentas el movimiento del Espíritu Santo, solo para volver a casa y encontrarte con un problema o un desastre.
Jesús descendió del monte y se encontró no solo con un padre atribulado, sino también con los demonios del infierno. Jesús respondió: “¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo” (Marcos 9:19). Cuando lees este versículo por primera vez, asumes que Jesús está hablando con el padre. Sin embargo, también podría estar dirigiéndose a los discípulos o a los líderes religiosos que estaban entre la multitud. Todos habían fallado en ayudar al padre y a su hijo.
Hay un tipo de religión en el mundo que no tiene nada que ver con lo que Dios puede hacer. Puede hablar de Dios, tal como lo podían hacer los discípulos al pie del monte; pero sin fe y sin el poder de Dios, no puede hacer una diferencia en la vida de alguien. La triste realidad es que puedes tener religión y experiencias en la cima del monte, pero si no tienes una relación con Jesucristo, ¡no irás a ninguna parte! Llegarás al pie del monte y un ataque te derribará.
Cuando conozcamos a Jesús personalmente, encontraremos que la oración es nuestro salvavidas; es nuestro método de comunicación y nuestro vehículo para oír a Dios también. Si ignoramos la oración, encontraremos que nuestra relación con Cristo es mediocre, una fe debilitada y apática que no da frutos ni transforma el mundo que nos rodea. La oración, combinada con la Palabra de Dios, es lo que nos acerca al Señor y edifica nuestra fe. Así es como Santiago podría escribir más tarde: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16).