Dios Nunca Nos ha Fallado

David Wilkerson (1931-2011)

No importa qué crisis enfrentemos o qué tristeza surja, nuestro bendito Señor nos está guiando y cuidando en cada paso del camino. La economía podría hundirse; nuestra salud podría colapsar o nuestros sueños podrían descarrilarse. No importa el problema, nuestro Dios está al frente y está preparando el camino para nosotros.

Los hijos de Israel no podían comprender este nivel de fe, y Dios finalmente tuvo que rechazar a los que liberó de Egipto. ¿Por qué? Porque dudaron y lo limitaron después de haber sido liberados tan milagrosamente una y otra vez. No es simplemente que a Dios le gustaría que confiáramos en él en tiempos difíciles; él lo exige. Esta es la razón por la que las Escrituras nos advierten con tanta fuerza contra la incredulidad. Se nos dice que entristece al Señor y nos aparta de toda bendición y buena obra que Él ha prometido. Nuestra incredulidad hace que cada promesa sea “sin efecto”.

La mayor parte de mi vida y ministerio ha sido en la ciudad de Nueva York, y aquí la fe no es una teología muerta. Aquellos de nosotros que ministramos en esta gran ciudad tenemos que practicar lo que predicamos solo para sobrevivir cada día. Si no confiáramos plenamente en las promesas del Señor y confiáramos en Jesús con todo lo que hay en nosotros, nos congelaríamos de miedo y pánico. Las calles aquí son como zonas de guerra; la gente vive en un miedo constante y los transeúntes suelen estar en la línea de fuego. Las necesidades de las personas que sufren son enormes y los costos para cuidarlas son elevados. Si no descansáramos en las firmes promesas de Dios, estaríamos abrumados.

No estamos abrumados ni tenemos temor. A medida que los problemas empeoran, nos fortalecemos en el poder del Espíritu Santo.

El Salmo 46 tiene un pasaje sobre el cual puedes pararte. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza” (Salmos 46:1-3).