Disfruta de Su Compañía

David Wilkerson (1931-2011)

En Éxodo 24, Dios hizo un pacto con Israel. Él prometió a lo largo de todo el Antiguo Testamento: “Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios” (Jeremías 7:23). Después de que Moisés leyó la ley al pueblo, ellos respondieron: "Entendemos y obedeceremos".

Este pacto tenía que ser sellado, ratificado y validado, y eso sólo podía suceder al rociarlo con sangre. Hebreos nos dice que “[Moisés] tomó la sangre… y roció el mismo libro y también a todo el pueblo” (Hebreos 9:19).

La sangre derramada de los holocaustos se guardaba en un recipiente. Moisés tomó un poco de esta sangre y derramó una parte junto al altar; luego tomó un hisopo (planta), lo mojó en un recipiente y roció un poco de la sangre sobre las doce columnas (que representaban las doce tribus de Israel). Finalmente, Moisés mojó el hisopo en el recipiente y roció la sangre sobre el pueblo, lo cual, selló el pacto.

Está claro que la aspersión de la sangre dio a los israelitas pleno acceso a Dios con gozo. En esta ocasión no se trataba del perdón de los pecados sino de la comunión. Ahora estaban santificados, limpiados y aptos para estar en la presencia de Dios.

Moisés y los setenta ancianos subieron al monte para encontrarse con Dios, donde el Señor se les apareció. Estos hombres vieron una mesa preparada delante de ellos, y las Escrituras implican que con facilidad, comodidad y sin temor al juicio, se sentaron en la presencia de Dios y comieron y bebieron con él: “Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:11).

Esto es simplemente asombroso. Estos hombres podían comer y beber en la misma presencia de Dios, mientras que poco antes habían temido por sus vidas. La sangre había sido rociada y ellos entendían la seguridad, el poder y la protección que había en eso. ¡Ellos no tenían temor!

Amados, hoy estamos en un nuevo pacto con Jesucristo, un pacto sellado con su propia sangre. Cuando su preciosa sangre es rociada sobre tu alma, es con el propósito de tener comunión para que puedas ir con confianza, con facilidad, sin temor a ser juzgado, a la presencia de Dios. Se te da acceso a él, sin que ningún pecado te condene, libre para hablar con Dios y disfrutar de su compañía.