Doma Tu Lengua
“Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (Santiago 3:8). En su epístola, Santiago habla de la lengua de un creyente. Él está haciendo un llamado a la iglesia para que tome control de sus lenguas antes de que sean destruidas por ellas. Quizás te preguntes: “¿Qué tan serio es este asunto? ¿Puede una “lengua rebelde” ser realmente tan pecaminosa?”
¡Una lengua suelta hace que nuestra religión sea inútil! Puede hacer que tu actividad espiritual sea inútil a los ojos de Dios. “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Santiago 1:26).
La referencia aquí a aquellos “entre vosotros” significa personas de la iglesia, no drogadictos ni gente de la calle, sino aquellos miembros del cuerpo de Cristo que parecen piadosos y espirituales. Están activos en la obra del Señor, pero su lengua está fuera de control. Santiago se está concentrando en aquellos que parecen ser santos, gentiles y amables, pero que se conducen en la iglesia, en su trabajo o en su familia con lenguas ácidas, contando chismes o escuchándolos con oído dispuesto. Murmuran y se quejan, y Dios dice que su religión es vana.
Amado, yo no quiero presentarme ante el tribunal de Cristo y oírle decir: “David, hiciste milagros en mi nombre. Sí, predicaste a miles de personas y ganaste a muchos para el reino. Sin embargo, ¡todo fue en vano! Muchas palabras edificantes salieron de tu boca, pero también hubo palabras amargas y envidiosas. Te tomaste demasiado a la ligera mis advertencias sobre este asunto de la lengua”.
Quizás especules: “Seguramente Dios no es tan poco amoroso como para descartar mi espiritualidad porque dije algo poco caritativo”. Yo estoy hablando aquí de cristianos que hablan contra el pueblo de Dios sin pestañear. “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:1-3).