Donde se Expone la Lepra
Moisés fue un hombre tocado por Dios, llamado sobrenaturalmente y lleno de revelación acerca de quién era Dios. Tenía pasión por honrar a Dios y se afligía profundamente por los pecados del pueblo. Debido a su humildad, se le permitió tener comunión con el Señor y recibir su dirección de maneras que pocos hombres tuvieron.
A pesar de esto, Moisés, como todos los hombres y mujeres, todavía tenía una naturaleza pecaminosa y enferma; y Dios usó una forma creativa para revelarla: “Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve” (Éxodo 4:6).
¡Imagina el terror de meter la mano en tu propia cavidad torácica y tocar la lepra! Qué lección objetiva sobre la total depravación de la carne. ¿Se estaba entregando Dios a un poco de magia con Moisés? No, esta era una lección poderosa que Dios quería que Moisés aprendiera. Él estaba diciendo: “Cuando el yo tiene el control, terminas lastimando a las personas y trayendo oprobio a mi obra. Cuando obras en mi nombre de manera espectacular y carnal, ministras muerte, no vida”.
Además, dijo: “No puedo usar esa vieja naturaleza de Egipto. No puede ser transformada; siempre será leprosa. ¡Debe haber un nuevo hombre que esté sumergido en la gloria y el poder del YO SOY!”
Entonces el Señor le dijo a Moisés que volviera a poner su mano leprosa en su seno. “Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne” (Éxodo 4:7). ¡Gracias a Dios por ese segundo toque santificador!
El hecho de que Moisés extendiera su mano es una representación del ministerio, y su lepra representa un pecado oculto y no olvidado. Cuando un hombre de Dios pisa tierra santa, su alma interior queda al descubierto y esos pecados salen a la luz. Es conducido a las tiernas misericordias de Cristo para sanidad y restauración.
Una vez que la carne vieja es crucificada, la mano del ministerio es purificada y somos nuevamente revestidos de carne divina. Podemos regocijarnos en el poder limpiador de la sangre preciosa de Cristo.