No Seas Ciego a las Bendiciones

David Wilkerson (1931-2011)

Soy padre de cuatro hijos, todos casados y con sus propios hijos. Siempre que mis hijos enfrentan algún tipo de dificultad, no me enfado con ellos. Al contrario, me alegro cuando me llaman. Ya sea que pueda ayudarlos orando por ellos, dándoles consejería o bendiciones financieras, es un gran placer para mí acercarme a ellos y bendecirlos.

¿Cuánto más se deleita nuestro Señor Jesús en bendecir a sus hijos en sus momentos de necesidad? Él nos dice: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?(Mateo 7:11).

Quizás mires alrededor del cuerpo de Cristo y veas a otros cristianos que parecen más talentosos y bendecidos. Algunos pueden memorizar y citar pasajes completos de las Escrituras. Otros pueden predicar, enseñar o cantar para la gloria de Dios. Te dices a ti mismo: “Cuán benditos son de Dios. ¡Pobre de mí! Yo no soy lo suficientemente inteligente como para memorizar la Palabra de Dios. Ni siquiera puedo recordar un sermón. No tengo los dones que tienen mis hermanos y hermanas para servir a Dios”.

Amado, no sabéis lo bienaventurados que sois. ¿Eres pobre de espíritu? ¿Te resulta difícil incluso sonreír? ¿Te lamentas de no ver ningún crecimiento espiritual en tu vida? ¿Te afliges porque te sientes inadecuado, excluido, innecesario?

Jesús dice: “Bienaventurados eres. ¡No tienes nada de qué enorgullecerte y de esa manera me sirves mejor porque mi poder reposa en tu debilidad! Yo puedo utilizarte más fácilmente que todos los demás”. Jesús le dijo al apóstol Pablo: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad(2 Corintios 12:9).

¡Que bendición! Jesús nunca dijo: “Bienaventurados los fuertes, los felices, los autosuficientes, los vigorosos”. ¡No! Nuestro Señor bendijo a los débiles, a los vilipendiados, a los perseguidos, a los abatidos, a los que son considerados nada a los ojos de los demás. Él te está diciendo: “¡Sabes que tienes gran necesidad de mí y, por lo tanto, eres bendito!”