No Desperdicies Tus Aflicciones
El libro de Números contiene un triste ejemplo de aflicciones desperdiciadas. Las cinco hijas de un hombre llamado Zelofehad se acercaron a Moisés para pedirle una parte de la posesión de la Tierra Prometida. Le dijeron: “Nuestro padre murió en el desierto; y él no estuvo en la compañía de los que se juntaron contra Jehová en el grupo de Coré, sino que en su propio pecado murió, y no tuvo hijos” (Números 27:3). Estas mujeres estaban diciendo: “Cuando todos los demás se levantaron contra ustedes con Coré, nuestro padre no estaba entre ellos. No estaba en rebelión. Murió en su propio pecado”.
La frase “en su propio pecado murió” me impactó al leerla. Esto significaba que, aunque su padre había visto milagros increíbles como la liberación de Egipto, el agua que fluía de una roca y el maná que descendía del cielo, murió en la incredulidad con el resto de su generación.
Estas cinco hijas nacieron en el desierto y crecieron en una familia endurecida contra Dios. Todas las pruebas de Israel produjeron incredulidad en su padre, y estas jóvenes probablemente oyeron constantes murmuraciones y amargura. Nunca hubo una palabra de fe o confianza en Dios. Estas mujeres tuvieron que decirle a Moisés: “Nuestro padre nos dejó sin nada, sin esperanza, posesiones ni testimonio. Pasó esos cuarenta años quejándose y en amargura porque la vida era dura. Murió en pecado; su vida fue un desperdicio”.
¡Qué cosa tan horrible tener que decir de un padre! pero debo advertir a todos los padres que lean esto: sus hijos los están observando mientras soportan las aflicciones. Sus reacciones y comportamiento los influirán de por vida. ¿Cómo se están comportando? ¿Están desperdiciando su aflicción, no solo para ustedes mismos sino para las generaciones que siguen? Espero que sus herederos se estén estableciendo en Cristo al escucharlos decir: “No me gusta esta aflicción, pero bendito sea el nombre del Señor”.
Conozco a muchos cristianos que se vuelven más amargados con cada nueva aflicción. Las mismas aflicciones que se suponía debían entrenarlos, pruebas diseñadas por Dios para revelar su fidelidad, los han convertido en quejumbrosos habituales. ¿Dónde está su fe y confianza en el Señor? ¿Qué deben pensar sus hijos?
Amado, no desperdiicies tus aflicciones. Deja que produzcan en ti el dulce aroma de la confianza y la fe en el Señor.