Dudando de la Seguridad de Dios
“Envió un varón delante de ellos; a José, que fue vendido por siervo” (Salmos 105:17). José fue probado de muchas maneras, pero su mayor prueba fue la palabra que había recibido.
Considera todo lo que José había soportado. A los diecisiete años, lo desnudaron y lo arrojaron a un pozo para que muriera de hambre. Sus hermanos de corazón frío se rieron de sus súplicas de misericordia y lo vendieron a comerciantes ismaelitas que lo llevaron a Egipto y lo vendieron como esclavo.
Sin embargo, la mayor prueba de José no fue el rechazo de sus hermanos, la esclavitud o la prisión. Lo que confundió y probó el espíritu de José fue la clara palabra que había oído de Dios. Dios le había dicho a José a través de sueños que le daría gran autoridad. Sus hermanos se inclinarían ante él y él sería el libertador de muchos.
Nada de esto fue un viaje del ego para José. Su corazón estaba tan puesto en Dios que esta palabra le dio un sentido humilde de destino: “Señor, tú has puesto tu mano sobre mí para tener una parte en tu plan eterno”. José fue bendecido solo por saber que desempeñaría un papel importante en el cumplimiento de la voluntad de Dios, pero sus circunstancias eran opuestas a lo que Dios le había dicho. ¡Era un siervo! ¿Cómo podía creer que un día él liberaría a multitudes cuando él mismo era un esclavo? Debe haber pensado: “Esto no tiene sentido. ¿Cómo podría Dios estar ordenando mis pasos hacia la prisión, hacia el olvido?”.
Durante diez años, José sirvió fielmente en la casa de Potifar, pero fue juzgado mal y mintieron sobre él. Su victoria sobre la tentación con la esposa de Potifar solo lo llevó a prisión. Durante esos momentos de seguro se preguntó: “¿Escuché correctamente? ¿Mi orgullo inventó estos sueños? ¿Mis hermanos podrían haber tenido razón? Tal vez estas cosas me estén pasando como disciplina por algún deseo egoísta”.
Ha habido momentos en que Dios me ha mostrado cosas que él quería para mí, ministerio, servicio, utilidad, pero cada circunstancia era lo contrario de esa palabra. En esos momentos, pensaba: “Señor, no puedes ser tú quien habla; debe ser mi carne. Sus palabras fueron una prueba de mi confianza en él, pero ahora puedo mirar hacia atrás y ver que él sí las cumplió todas.
Amigo, no te angusties cuando dudes de las promesas de Dios. ¡Puedes estar seguro de que él las cumplirá cada una a su manera y en su tiempo!