El Amor Comienza en Casa
No hay forma de evitarlo. Si he de llegar a ser el hombre y el ministro que Dios me ha llamado a ser, mi esposa debe poder decir honestamente ante el cielo, el infierno y todo el mundo: “Mi esposo me ama con el amor de Cristo. Comete errores, pero se está volviendo más paciente y comprensivo conmigo. Se está volviendo más tierno y cariñoso. Él ora conmigo. Él no es un farsante. Él es lo que predica”.
Si este no es el testimonio de mi esposa, si ella tiene un dolor secreto en su corazón y piensa: “Mi esposo no es el hombre de Dios que pretende ser”, entonces todo en mi vida es en vano. Toda mi predicación, logros y donaciones caritativas no sirven para nada. Soy una rama marchita e inútil que no da el fruto del Espíritu. Jesús hará que otros vean la muerte en mí y valdré poco para su reino.
Hace un tiempo, un pastor de mediana edad y su esposa vinieron a verme con el corazón roto y llorando. El ministro me dijo entre lágrimas: “Hermano Dave, he pecado contra Dios y contra mi esposa. He cometido adulterio. Se estremeció con tristeza piadosa mientras me confesaba su pecado. Entonces su esposa se volvió hacia mí y me dijo en voz baja: “Lo he perdonado. Su arrepentimiento es real para mí y confío en que el Señor nos restaurará”. Con eso, tuve el privilegio de presenciar el comienzo de una hermosa sanidad.
Nunca podremos compensar nuestros fracasos pasados; pero cuando hay un verdadero arrepentimiento, Dios promete restaurar todo lo que el revoltón ha destruido.
Deseo que todas las parejas que disfrutan de un matrimonio centrado en Cristo se levanten y digan la verdad: “No es fácil”. No hay otra escuela tan difícil e intensa como la escuela del matrimonio, y nunca te gradúas. Dios nos aclara que nuestra vida con nuestros seres queridos es el pináculo, la cima misma de todas nuestras pruebas. Si nos equivocamos aquí, nos equivocaremos en cualquier otra parte de nuestra vida.
El matrimonio es un esfuerzo de día a día, como lo es la vida cristiana. Al igual que el camino de la cruz, significa renunciar a tus derechos a diario y volverte a la promesa de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).