El Banquete de Dios
“Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue amor” (Cantar de los Cantares 2:4). En la parábola del hijo pródigo (ver Lucas 15:11-31), el gozo del padre no pudo ser completo hasta que estuvo sentado en el salón del banquete con su hijo menor. Él tenía que asegurarse de que su hijo supiera que fue perdonado y que su pecado fue borrado.
Si hubieras mirado por la ventana en ese momento, habrías visto a un joven que acababa de comprender el amor de Dios. ¡Estaba bailando! Había música, y él estaba riendo y feliz. Su padre estaba contento por él, sonriéndole. Él no estaba bajo una nube de miedo. No estaba escuchando las viejas mentiras del enemigo: “¡Vas a volver a la pocilga! Eres indigno de tal amor. No, él aceptó el perdón de su padre y había obedecido su palabra de entrar y tomar para sí todo lo que necesitaba.
Escuchó a su padre susurrarle a él y a su hermano mayor: “Todo lo que tengo es tuyo. No hay necesidad de volver a tener hambre nunca más. Nunca necesitas estar solo, en la miseria, aislado de mi almacén” (ver Lucas 15:31).
Queridos amigos, aquí está la plenitud del amor de Dios, ¡el corazón mismo! Es que incluso en nuestros tiempos más oscuros, Dios nos abraza, nos trae de regreso y nos dice: “Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:22-24).
Hoy tenemos una promesa aún mejor: “Conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:19-20).
Aquí está la promesa de amor de Dios para nosotros: “Te ofrezco plenitud abundancia, abundante provisión para cada crisis, gozo a lo largo de toda tu vida. ¡Puedes ir al almacén y reclamarlo todo!”