El Camino de la Rendición

David Wilkerson (1931-2011)

Dios comienza el proceso de rendición al derribarnos de nuestro alto caballo. Esto literalmente le sucedió a Pablo. Iba por su camino seguro de sí mismo, cabalgando hacia Damasco, cuando una luz cegadora vino del cielo. “Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4).

Pablo sabía que algo faltaba en su vida. Tenía un conocimiento de Dios pero no una revelación de primera mano. Ahora de rodillas, escuchó estas palabras del cielo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 9:5). Las palabras trastornaron el mundo de Pablo. La Escritura dice: “Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). La conversión de Pablo fue una obra dramática del Espíritu Santo.

Pablo estaba siendo guiado por el Espíritu Santo a una vida rendida. No tenía otra ambición, ninguna otra fuerza impulsora que esta nueva vida. “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8).

Según los estándares actuales de éxito, Pablo fue un fracaso total. No construyó ningún edificio. No tenía una organización. Los métodos que usó fueron despreciados por otros líderes. De hecho, el mensaje que Pablo predicaba ofendía a un gran número de sus oyentes. A veces, incluso era apedreado por predicarlo.

Cuando nos presentemos ante Dios en el juicio, no seremos juzgados por nuestros ministerios, logros o número de conversos. Sólo habrá una medida de éxito en ese día. ¿Estaban nuestros corazones completamente rendidos a Dios? ¿Dejamos de lado nuestra propia voluntad y agenda y aceptamos la suya? ¿Sucumbimos a la presión de los compañeros y seguimos a la multitud, o lo buscamos solo en busca de dirección? ¿Corrimos de seminario en seminario buscando un propósito en la vida, o encontramos nuestra realización en él?

Yo tengo una sola ambición, y es aprender más y más a decir sólo aquellas cosas que el Padre me da. Nada de lo que digo o hago por mí mismo vale nada. Quiero poder afirmar: “Sé que mi Padre está conmigo porque solo hago su voluntad”.