El Fluir de la Obediencia

David Wilkerson (1931-2011)

Es importante que comprendamos el motivo del cual surge nuestra obediencia. Si el manantial no es puro, todo lo que fluya de él estará contaminado. Siempre debemos tener cuidado de comprobar nuestros motivos.

La triste verdad es que muchos cristianos en estos últimos días obedecen a Dios sólo porque temen ir al infierno. Temen la ira del Señor y sólo quieren asegurarse de que su obediencia sea “legal”. No tienen ningún deseo genuino de agradarle.

Jesús hizo todo por amor y por el deseo de complacer a su padre celestial. “Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:28-29).

Esta fue la roca, el fundamento sobre el cual Jesús construyó su vida de obediencia. Fue el manantial o el motivo del cual surgió el flujo de su obediencia. Debe ser también nuestra roca.

Jesús se encerró en oración en las cimas de las montañas en lugares tranquilos, a menudo toda la noche en comunión con su padre. “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). Su única gran oración fue “Padre, ¿qué quieres? ¿Qué te traerá placer? ¿Qué puedo hacer para cumplir el deseo de tu corazón? 

Esa es la actitud de una persona que tiene el Espíritu de Cristo. Nuestra actitud debe ser la de ser alguien que edifique sobre la roca. Cada una de nuestras decisiones debe reflejar una conciencia de Dios y un deseo de agradarle.

El motivo fundamental de toda nuestra obediencia debe ser: “Todo lo hago porque quiero agradar a mi Señor; quiero brindarle un gran placer”.