El Mensaje que No Cambia
Vivimos en una era en la que muchas personas que afirman conocer a Dios y seguir las Escrituras son en realidad lobos que plantan semillas de duda y desprecian a quienes se esfuerzan por obedecer el mandato de la Biblia: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Para estas personas, la enseñanza sencilla del evangelio no es suficiente. Dicen cosas como "Sí, sí, creemos en eso de 'Jesús me salvó', pero ¿qué pasa con esto o aquello?" Tratar de “añadir” cosas al evangelio en realidad le quita poder al evangelio.
Pablo dijo: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1:17-18).
Le restamos poder al evangelio cuando intentamos agregar nuevas revelaciones o agenda social, cualquier cosa que le quite la sencillez de Jesús vino a salvar a los pecadores. Él es plenamente Dios como segunda persona de la trinidad. Se hizo plenamente hombre hace 2000 años y vivió una vida perfecta. Se humilló y caminó entre nosotros para que lo conociéramos. Murió una muerte brutal y resucitó porque es Dios.
Ese es el evangelio de Jesucristo.
A eso está ligada la vida de todos los que le seguimos de verdad. El mensaje del evangelio siempre ha sido el mismo. Incluso antes de que Cristo viniera a la tierra como hombre, la trinidad tenía el propósito de enviarlo a morir por los pecados de la humanidad. Lo vemos en Génesis 3, inmediatamente después de que Adán y Eva pecaron, cuando Dios predijo la venida del Mesías.
Debemos tener esperanza en la naturaleza perdurable del evangelio. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:1-5).