El Padre Dispuesto a Abrazarte
¿Alguna vez te ha dicho un amigo o un ser querido, de la nada: “¿Estás enojado conmigo? ¿Hice algo mal?"
Tú podrías simplemente estar callado, absorto en tus pensamientos, por lo que respondes: "No, no estoy enojado. No hiciste nada para lastimarme. Solo estoy en silencio ahora mismo".
Te presionan, diciendo: "¿Fue algo que dije?"
"No, no dijiste nada. Todo esta bien”.
Finalmente, para convencer a esa persona, hay que abrazarla. “¡Mira, te amo! No estoy enojado. ¡Pero si sigues así, me vas a enfadar!“
Amados, así es a menudo como tratamos a nuestro Padre celestial. Al final del día, vamos a nuestro lugar secreto y decimos: "Veamos ahora, ¿cómo entristecí a Jesús hoy? ¿Qué hice mal? ¿Qué me olvidé de hacer? Soy un desastre que no sé cómo puede amarme. Señor, perdóname una vez más. Algún día seré tan obediente que te resultará fácil amarme".
Dios está ahí todo el tiempo, esperando abrazarte. Quiere mostrarte cuánto te ama y quiere que te recuestes y descanses en su amor. Cuando el hijo pródigo regresó a casa, fue recibido nuevamente en la casa de su padre. Recibió una túnica nueva, comió en la mesa de su padre y fue perdonado por completo. Lo único que sabía este hijo era que estaba seguro en el amor de su padre. Sabía que su padre lo aceptaría, trabajaría con él, lo amaría. Así es como nuestro Padre celestial es para con nosotros.
No importa lo lejos que nos apartemos de nuestro Padre, continuamente tenemos la capacidad de volver. Debemos creer estas palabras: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:3-6).
Dios espera con los brazos abiertos para abrazar a todos los que aceptan su amor y vuelven a su presencia.