El Pecado de la Mezcla
No hay nada en el Antiguo Testamento tan fuerte como las advertencias de Pablo contra la afinidad con el mundo.
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:14-16).
En el Antiguo Testamento, cuando Dios quiso revelar el poder de su presencia ante los malvados egipcios, él trazó una línea de separación. Esta línea dividió al pueblo de Dios en Gosén del resto de Egipto.
“Y Jehová hará separación entre los ganados de Israel y los de Egipto, de modo que nada muera de todo lo de los hijos de Israel. Porque yo enviaré esta vez todas mis plagas a tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra” (Éxodo 9:4,14).
Dios quiere que todos vean la diferencia entre aquellos que lo aman y el resto del mundo incrédulo. Él quiere que seamos ejemplo de pueblo liberado, confiado y victorioso.
Las razones para la separación hoy en día son las mismas que en la antigüedad. En cada generación, Dios traza una línea que muestra la marcada diferencia entre la justicia y la maldad. Nada más capta completamente la atención de aquellos que desobedecen y los lleva al arrepentimiento.
Jesús dijo: “Yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (ver Juan 15:19). El mundo ama a los suyos, pero bajo el nuevo Pacto hemos renacido. Somos nuevas criaturas en Cristo Jesús de un mundo diferente. ¡Que él nos ayude a abrazar con alegría esta posición única y maravillosa! Solo aquellos que verdaderamente no están mezclados con el mundo, separados para Cristo, tienen algún poder para salvarlo. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).