El Poder del Perdón
El perdón es una forma de vida, destinado a llevarnos a toda bendición en Cristo. “Yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos…” (Mateo 5:44-45).
El perdón no es una cuestión de escoger o elegir a quién perdonaríamos. No podemos decir: “Me has lastimado demasiado, así que no te voy a perdonar”. Cristo nos dice: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:46).
No importa contra quién tengamos rencor. Si nos aferramos a éste, tendremos una amargura que envenenará todo aspecto de nuestras vidas. La falta de perdón trae hambre espiritual, debilidad y pérdida de fe, afligiéndonos no solo a nosotros sino a todos en nuestro círculo.
Durante los últimos cincuenta años de mi ministerio, he visto una terrible devastación en la vida de aquellos que se negaron a perdonar. También he visto el glorioso poder de un espíritu perdonador. El perdón transforma vidas. Llena nuestra copa de bendición espiritual hasta el borde con abundante paz, gozo y reposo en el Espíritu Santo. La enseñanza de Jesús sobre este tema es muy específica. Si quieres moverte en este maravilloso reino de bendición, escucha y abraza sus palabras. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15).
No te equivoques. Dios no está haciendo un trato con nosotros aquí. Él no está diciendo: “Porque has perdonado a otros, yo te perdonaré a ti”. Nunca podremos ganar el perdón de Dios. Sólo la sangre derramada de Cristo merece el perdón de los pecados.
Cristo está diciendo aquí: “La plena confesión del pecado requiere que perdones a los demás. Si te aferras a la falta de perdón, no has confesado todos tus pecados. El verdadero arrepentimiento significa confesar y abandonar todo rencor, crucificando todo rastro de amargura hacia los demás. Cualquier cosa menos no es arrepentimiento”.
Esto va de la mano con su bienaventuranza: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Perdona a los demás, para que puedas avanzar hacia las bendiciones y el gozo de ser hijo. Cuando perdonas, estás revelando la naturaleza del Padre al mundo.