El Propósito Divino para el Dolor
Uno de nuestros directores viajó recientemente a Turquía para ver a nuestros socios que se han visto afectados por el terrible terremoto allí. Permítanme decir por experiencia personal, cuando uno ve la devastación como la que están viviendo actualmente, la pérdida y el sufrimiento humanos abrumadores, hay imágenes y recuerdos que nunca te abandonarán.
Sin embargo, apenas necesitas que te diga que hay mucho sufrimiento en el mundo. Todos han sido tocados por la angustia de alguna manera. Se han escrito libros enteros sobre este único tema. Sería imposible tocar todos los aspectos de un tema tan complejo, pero quería reflexionar por un momento sobre aquellos que sufren por circunstancias fuera de su control. Su dolor no viene como consecuencia de su propio pecado o de otros que pecan contra ellos; es simplemente por vivir en un mundo caído.
Sin embargo, al igual que los discípulos de Jesús, podemos estar tentados a ofrecer respuestas simples para el dolor. Como ellos, preguntamos: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Creo que la respuesta de Dios para nosotros es la misma que lo fue para sus discípulos. “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:2-3). A veces podemos sufrir de maneras que no tienen nada que ver con nuestros pecados, como los desastres naturales; pero Dios todavía tiene un propósito para el dolor.
Es por eso que Pedro escribió más tarde: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7).
El dolor puede sacudirnos hasta la médula. Puede impulsarnos a endurecer nuestros corazones para protegernos. A veces, puede sacudirnos hasta el punto de desechar nuestra fe. Que nada de lo que diga trivialice la magnitud del sufrimiento.
Sin embargo, el sufrimiento nunca es neutral. Nos acercará más a Dios o nos endurecerá a su voz. Como dijo Charles Spurgeon: “El mismo sol que derrite la cera endurece la arcilla”. Podemos sufrir bien si invitamos a Cristo a nuestro dolor y vidas.