El Regalo de Dios a Su Hijo
Apenas puedo asimilarlo cuando leo estas palabras: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad…” (Juan 17:22-23).
Piénsalo. Tenemos la palabra de nuestro Señor, confesada ante su propio Padre, que él se ha entregado a nosotros tan plena y completamente como su Padre se entregó a él. Él nos ha dado el mismo amor íntimo que su Padre le dio y esa es su gloria manifestada en nosotros. Hemos sido traídos al mismo tipo de relación de amor especial que él comparte con el Padre; más aún, él abre el círculo de amor entre ellos y nos hace entrar en él. Somos hechos partícipes de una gloria más allá de la comprensión. ¡Qué increíble que Cristo nos lleve al Padre y suplique: "Para que sean uno con nosotros"! Nosotros articipamos completamente en la plenitud del amor de Dios por su Hijo al estar en Cristo.
En un sentido verdadero, se puede decir que Dios amó tanto a su Hijo que le dio el mundo. ¿No sabías que somos el regalo de Dios para su Hijo, un regalo de amor? “Eran tuyos; tú me los diste todos”. Sin embargo, Cristo estaba en tal unidad con el Padre que le devuelve el regalo y dice: “Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío…” (ver Juan 17:10).
¿No es reconfortante saber que somos objeto de tal amor entre Padre e Hijo? ¡Qué honor que Cristo nos coloque en la palma de su gran y amorosa mano, para que nos presente al Padre y diga: “¡He aquí, Padre! ¡Son nuestros! ¡Todos nos pertenecen! ¡Son el objeto de nuestro amor! ¡Yo los amaré, Padre! ¡Tú los amarás! Haremos nuestra morada en ellos y les mostraremos cuánto los amamos”!.
Al comprender esto, podremos decir con confianza: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).