El Salvador en la Tormenta
El mayor peligro que todos enfrentamos es no poder ver a Jesús en nuestros problemas. En lugar de ello, vemos fantasmas. En Mateo 14, Jesús ordenó a sus discípulos que subieran a una barca que se dirigía a una tormenta. La Biblia dice que los hizo ir delante de él en este barco que él sabía que se dirigía a aguas turbulentas. Sería sacudido como un débil corcho; y ¿dónde estaba Jesús? Ël estaba en las montañas supervisando el mar. Él estaba orando y buscando a su Padre en soledad, luego, en las horas más oscuras de la noche, salió al lago para encontrarse con los discípulos.
Uno pensaría que al menos un discípulo reconocería lo que estaba sucediendo y diría: “Jesús dijo que nunca nos dejaría ni nos abandonaría. Él nos envió a esta misión; estamos en el centro de su voluntad. Él dijo que los pasos del hombre justo son ordenados por Dios. Miren de nuevo. ¡Ese es nuestro Señor! ¡Él está aquí! Nunca hemos estado fuera de su vista”.
Sin embargo, ningún discípulo lo reconoció. No esperaban que él estuviera en su tormenta. Nunca esperaron que él estuviera con ellos o siquiera cerca de ellos, pero él vino, caminando sobre las aguas.
Sólo había una lección que aprender de su experiencia. Fue una lección simple, no una profunda, mística y escandalosa. Jesús simplemente quería que ellos confiaran en él como su Señor en cada tormenta de la vida. En ese momento cumbre del temor, cuando la noche es más oscura y la tempestad más furiosa, Jesús se acerca siempre a nosotros para revelarse como el Señor del diluvio, el Salvador en las tempestades. El Salmo 29:10 proclama: “Jehová preside en el diluvio, y se sienta Jehová como rey para siempre”.
Cristo quiere que sus seguidores puedan mantener su confianza en el Señor, su adoración de la gloria de Dios y su amor fraternal unos por otros, incluso en las horas más oscuras de sus pruebas. Así dice la Escritura: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración” (Romanos 12:10-12).