El Verdadero Arrepentimiento
Arrepentirse significa más que decir: “Señor, estoy equivocado”. También significa: “Señor, ¡tienes razón!”.
Arrepentirse significa enfrentar la verdad acerca de tu pecado y que debe terminar ahora. Es un momento crítico de verdad, un lugar de reconocimiento donde admites: “No puedo continuar en mi pecado y tener al Espíritu Santo viviendo en mí. Si lo hago, lo perderé todo. Señor, tienes razón en cuanto a que el pecado trae la muerte sobre mí. Yo veo que, si continúo en él, me destruirá a mí y a mi familia. Dios, no pongo más excusas”.
En pocas palabras, el arrepentimiento es una confrontación con tu pecado. La batalla se libra antes de llegar a la cruz y acontece mientras el Espíritu Santo trata contigo.
Lo mismo es cierto con la negación del yo. En resumen, la negación del yo es una confrontación que dice: “¡Mi pecado termina ahora!”. Contrariamente a lo que dicen muchos “predicadores de consuelo”, la abnegación no es un dolor que debes soportar ni una debilidad de tu carne. Cuando Pablo dijo: “Cada día muero” (1 Corintios 15:31), quiso decir: “Tengo que negar que puedo continuar en pecado y seguir teniendo el favor de Cristo. No tengo una dispensa especial de Dios para aferrarme a un pecado favorito solo porque hago buenas obras. No. Estoy de acuerdo con la Palabra de Dios y niego todos mis derechos a continuar en pecado”.
La gloriosa verdad del evangelio es que, si morimos con Jesús, también entramos en la gloria de su resurrección y en la novedad de vida. Su cruz es nuestra cruz; su muerte es nuestra muerte, y su resurrección es nuestra resurrección a través de nuestra identificación y unión con él. Esa es la verdadera cruz que llevamos.
Sin embargo, esta es la cruz que muchos de los auto denominados “ministros del evangelio” han eliminado. La verdadera cruz no se trata de palabras hermosas que describen el sufrimiento y el sangrado de nuestro Salvador en el Calvario. No, el verdadero significado de la cruz es que Jesús sangró y murió para llevar nuestras almas enfermas de pecado a la libertad gloriosa, para romper toda cadena de pecado que nos ata.