Elegidos para Dar Fruto
Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15:16). Muchos cristianos sinceros piensan que dar fruto significa simplemente traer almas a Cristo. Sin embargo, dar fruto significa algo mucho más grande que ganar almas.
El fruto del que habla Jesús es la semejanza a Cristo. En pocas palabras, dar fruto significa reflejar la semejanza de Jesús. La frase “mucho fruto” significa “la semejanza cada vez mayor de Cristo”. Crecer más y más a la semejanza de Jesús es nuestro propósito central en la vida. Tiene que ser central para todas nuestras actividades, nuestro estilo de vida, nuestras relaciones. De hecho, todos nuestros dones, llamados, trabajo, ministerio y testimonio deben fluir de este propósito central.
Si no soy como Cristo de corazón, si no me estoy pareciendo notoriamente más a él, me he perdido el propósito de Dios en mi vida.
El propósito de Dios para mí no puede cumplirse con lo que hago para Cristo. No se puede medir por nada de lo que logre, aunque sane a los enfermos o eche fuera demonios. No, el propósito de Dios se cumple en mí solo por lo que me estoy convirtiendo en él. La semejanza a Cristo no se trata de lo que hago para el Señor, sino de cómo estoy siendo transformado a su semejanza.
Anda a una librería cristiana y lee los títulos en los estantes. La mayoría son libros de autoayuda sobre cómo superar la soledad, sobrevivir a la depresión, encontrar la realización. ¿Por qué es esto? Es porque nos hemos equivocado por completo. No estamos llamados a ser exitosos y estar libres de todo problema. No, nos estamos perdiendo el único llamado que debe ser central en nuestras vidas, ser fructíferos en la semejanza de Cristo.
Jesús estaba totalmente entregado al Padre. Él dijo: “Yo no hago ni digo nada excepto lo que mi Padre me dice”.
¿Tu deseo de dar “mucho fruto” surge de querer ser más como Cristo? Cumplimos el propósito de nuestra vida solo cuando comenzamos a amar a los demás como Cristo nos ha amado. “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (Juan 15:9). Su mandato es claro y simple: “Den a los demás el amor incondicional que yo les he mostrado”. Crecemos más como Cristo a medida que nuestro amor por los demás aumenta. Dar fruto se reduce a cómo tratamos a las personas.