Enfrentando con Confianza Nuestros Fracasos
Cuando Adán pecó, trató de esconderse de Dios. Cuando Jonás se negó a predicar a Nínive, su miedo lo llevó al océano, tratando de huir de la presencia del Señor. Después de que Pedro negó a Cristo, se fue a llorar amargamente.
Adán, Jonás y Pedro huyeron de Dios, no porque perdieron su amor por él, sino porque temían que el Señor estuviera demasiado enojado para tener misericordia de ellos.
El acusador de los hermanos espera como un buitre que falles en algo. En ese punto, él usa todas las mentiras del infierno para convencerte de que Dios es demasiado santo o que tú eres demasiado pecador para volver. Te hace temer que no eres lo suficientemente perfecto o que nunca superarás tu fracaso.
Si Moisés, Jacob o David se hubieran resignado al fracaso, nunca habríamos oído hablar de tales hombres. Sin embargo, Moisés volvió a la tierra de la que había huido y se levantó para convertirse en uno de los más grandes héroes de Dios. Jacob afrontó sus pecados, se reunió con el hermano al que había engañado y alcanzó nuevas alturas de victoria. David corrió a la casa de Dios, halló perdón y paz; y volvió a su mejor momento. Jonás volvió de donde huyó, hizo lo que se había negado a hacer al principio y llevó a toda una ciudad al arrepentimiento. Pedro se levantó de las cenizas de la negación para guiar a la iglesia a Pentecostés.
En 1958, yo me senté a llorar en mi auto. Me habían arrojado sin ceremonias de un tribunal después de creer que Dios me había guiado para testificar a siete muchachos asesinos. Parecía que mi intento de obedecer a Dios y ayudar a esos jóvenes matones iba a terminar en un horrible fracaso.
Me estremezco al pensar en cuánta bendición me habría perdido si me hubiera rendido en esa hora oscura. “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1:20-21). Qué contento estoy hoy de que Dios me enseñara a enfrentar mi fracaso y dar el siguiente paso por mí. Incluso si fallamos, Dios desea que volvamos a él.