Escuchando al Padre

Jim Cymbala

Dios incluyó una historia muy extraña en la Biblia. Veámosla y veamos si podemos averiguar por qué. “Pero los hombres de Israel fueron puestos en apuro aquel día; porque Saúl había juramentado al pueblo, diciendo: Cualquiera que coma pan antes de caer la noche… Pero Jonatán no había oído cuando su padre había juramentado al pueblo…” (1 Samuel 14:24, 27). Jonatán comió un poco de miel que encontró, luego los soldados le contaron acerca del juramento que su padre había hecho. Jonatán dijo: “Respondió Jonatán: Mi padre ha turbado el país. Ved ahora cómo han sido aclarados mis ojos, por haber gustado un poco de esta miel. ¿Cuánto más si el pueblo hubiera comido libremente hoy del botín tomado de sus enemigos?” (1 Samuel 14:29-30).

Estos hombres estaban en una batalla y exhaustos, pero era aún peor porque no se les permitía comer ni refrescarse desde que Saúl hizo este juramento. Dios había provisto, pero el hombre en autoridad hizo una declaración que sonaba espiritual pero no tenía sentido.

Hay un tiempo para todo lo que existe bajo el sol; hay un tiempo para festejar; hay un tiempo para comer; hay un tiempo para leer las Escrituras y orar; hay un tiempo para dormir. La sabiduría consiste en saber cuáles son los momentos adecuados para estas cosas en lugar de limitarnos a declarar lo que creemos que suena espiritual en el momento.

Nota cómo respondió Jonatán. Señaló que si el ejército no hubiera oído el juramento tonto de su padre, habría estado mejor. Jonatán era un hombre adulto. El hecho de que su padre dijera o hiciera algo no significaba que tuviera que estar de acuerdo.

Debemos honrar a nuestros padres, pero cuando ellos nos dicen que hagamos algo pecaminoso, tonto o imprudente, no los aceptamos. En los años 70, en algunas iglesias se enseñaba ese tipo de “sumisión”, y era terrible. No estoy diciendo que ignoremos o deshonremos a nuestros padres, pero cuando el Señor habla o provee, lo oímos a él primero. Esto es lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). No permitas que las conexiones familiares te alejen del Señor. Sigamos a Jesús hoy.