El Gozo del Padre

David Wilkerson (1931-2011)

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne… acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:19-20, 22).

Hay dos lados en la obra de Cristo en el Calvario. Un lado beneficia al hombre y el otro beneficia a Dios. Uno beneficia al pecador, mientras que el otro beneficia al Padre.

Conocemos bien el beneficio del lado humano. La cruz de Cristo nos ha proporcionado el perdón de nuestros pecados. Se nos da el poder de la victoria sobre toda esclavitud y dominio sobre el pecado. Estamos provistos de misericordia y gracia; y, por supuesto, se nos da la promesa de la vida eterna. La cruz nos ha dado los medios para escapar de los horrores del pecado y del infierno.

Doy gracias a Dios por este beneficio de la cruz para la humanidad y por el maravilloso alivio que trae. Me regocijo de que se predique semana tras semana en iglesias de todo el mundo.

Sin embargo, hay otro beneficio de la cruz; uno del que sabemos muy poco. Éste es en beneficio del Padre. Entendemos muy poco acerca del deleite del Padre que fue posible gracias a la cruz. Es un placer que llega a él cada vez que recibe a un hijo pródigo en su casa.

En mi opinión, la mayoría de los cristianos ha aprendido a presentarse ante Dios para pedir perdón, suplir necesidades y respuestas a la oración. Sin embargo, carecen de valentía en este aspecto de la fe, un aspecto que es crucial en su caminar con el Señor.

El Señor se alegra mucho de que la cruz nos haya provisto de un acceso abierto a Él. De hecho, el momento más glorioso en la historia fue cuando el velo del templo se rasgó en dos el día en que Cristo murió. En el instante en que el velo del templo, que separa al hombre de la santa presencia de Dios, se rasgó, sucedió algo increíble. A partir de ese momento, el hombre no solo pudo entrar en la presencia del Señor, sino que Dios pudo salir hacia el hombre.

Esto preparó el escenario para que Cristo enviara el glorioso don del Espíritu a sus seguidores, y nuestra relación con Dios fue transformada.

 
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