Gentil y Paciente
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
Si quieres ser bondadoso y tomar la toalla para restaurar a un hermano o hermana, no necesitas conocer los detalles de cómo se ensució esa persona. Jesús no preguntó a sus discípulos: “¿Cómo tenéis unos pies tan sucios?” Sólo quería quitarles el polvo. Su amor por ellos era incondicional.
Asimismo, quienes caminan en la plenitud de Jesucristo deben tener esta actitud de amor hacia los de pies sucios. No debemos pedir detalles. En cambio, debemos decir: “Déjame lavarte los pies”.
Con demasiada frecuencia los cristianos quieren profundizar en todos los detalles sangrientos de una situación. Se acercan a un creyente que tiene los pies sucios y le dicen: “Quiero lavarte los pies. Pero primero dime, ¿qué pasó? ¿Cómo te ensuciaste tanto?”
En algún momento de la historia del fracaso, el consolador curioso se da cuenta: “Dios mío, esto es peor de lo que pensaba. No puedo involucrarme en esto”. Después de algunos detalles más, llega al final de su insignificante misericordia humana. Juzga a la persona como demasiado malvada o incapaz de recibir ayuda, deja caer la toalla y sigue su camino.
Amado, no puedes lavar los pies con ropa de juez. Tienes que quitarte tus vestiduras de superioridad moral antes de poder realizar cualquier limpieza. Pablo dice que debemos ser amables y pacientes con todas las personas. “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Timoteo 2:24-25).
Pablo está diciendo: “Deben ser misericordiosos con todos, y estar dispuestos a lavarles los pies. Dios tendrá misericordia de ellos y los librará de su pecado”.