El Amor Infinito de Dios por los Heridos
¡Cuando sufras lo peor, ve a tu lugar secreto y llora toda tu desesperación! Jesús lloró. Pedro lloró amargamente; él llevó consigo el dolor de negar al mismo Hijo de Dios. Esas lágrimas amargas obraron en él un dulce milagro, y volvió para sacudir el reino de Satanás.
Jesús nunca aparta la mirada de un corazón que llora. Él dijo: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17). Ni una sola vez el Señor dirá: “¡Guarda la compostura! Levántate y toma tu medicina. Aprieta los dientes”. No, Jesús almacena cada lágrima en su recipiente eterno.
¿Algo te duele ¿Mucho? ¡Adelante, llora! Sigue llorando hasta que las lágrimas dejen de fluir, pero que esas lágrimas se originen solo en el dolor y no en la incredulidad o la autocompasión.
La vida continua. Te sorprenderías de lo mucho que puedes soportar con la ayuda de Dios. Las lágrimas y el vacío pueden devorarte a veces, pero Dios sigue en su trono. Tú no puedes ayudarte a ti mismo. No puedes detener el dolor y las heridas. Nuestro bendito Señor vendrá a ti, él pondrá su mano amorosa debajo de ti y te levantará para hacerte sentar nuevamente en lugares celestiales. Él revelará su infinito amor por ti.
Anímate en el Señor. Cuando la niebla te rodee y no puedas ver ninguna salida a tu dilema, recuéstate en los brazos de Jesús y simplemente confía en él. Él quiere tu fe y confianza. Quiere que grites en alta voz: “¡Jesús me ama! Él está conmigo. No me fallará. Él lo está resolviendo todo ahora mismo. No seré abatido. No seré derrotado. No seré una víctima de Satanás. ¡Yo amo a Dios, y él me ama a mí!”
Como Pablo le dijo a la iglesia en sus cartas. “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:31-32).
La felicidad no es vivir sin dolor ni heridas. La verdadera felicidad es aprender a vivir un día a la vez, a pesar de toda la tristeza y el dolor.