Los Tratos Misericordiosos de Dios

David Wilkerson (1931-2011)

“Soy a Israel por padre, y Efraín es mi primogénito” (Jeremías 31:9).

El pueblo de Efraín, la tribu más grande de Israel, era quizás el más cercano al corazón de Dios. El Señor tenía un plan eterno para esta tribu tan bendita, pero Efraín seguía descarriándose y entristeciendo a Dios. El pueblo pecó más que nadie en Israel, pero ¿abandonó Dios a Efraín? Todo lo contrario. Dios dijo que serían un pueblo libre y rescatado. Vivirían entre abundancia, es decir, las mayores bendiciones de Dios (ver Jeremías 31:14). 

¿Qué vio Dios en Efraín? Ellos tenían un corazón arrepentido, vergüenza por el pecado, voluntad de volver al Señor. A pesar de todos sus fracasos, ¡este rasgo atrajo el corazón de Dios hacia ellos! Cuando surgió una palabra fuerte y profética, ellos respondieron. Cuando fueron reprendidos, lloraron por su pecado. 

En el apogeo de su reincidencia, Dios dijo: “¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿no es niño en quien me deleito? pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia” (Jeremías 31:20). Dios estaba diciendo: “A pesar de los defectos y fracasos de Efraín, veo un espíritu arrepentido y no le quitaré mi tierno amor. Mi propósito eterno para Efraín se llevará a cabo tal como lo he planeado”. 

Amado, Dios tiene un plan para tu vida. Él cumplirá todos sus propósitos para ti, sin importar lo que esté pasando o cuán severa sea tu prueba. Dios ha pensado mucho en planificar tu futuro.

Tengo unas palabras para algunos que están leyendo este mensaje en este momento: no puedes juzgar el propósito eterno de Dios para ti por lo que sientes o piensas. Dios quiere decirte: “Mantén tu corazón humilde ante mí. Confía en mi Palabra acerca de mi naturaleza, que Yo soy un Padre tierno y amoroso que ha invertido mucho en ti. No voy a dejarte ir. Eres mi encantador niño y yo te libraré”.

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).