El Amor Perfecto de Dios
Todos los días, personas de todo el mundo escuchan un pasaje de 1 Corintios 13 leído en las bodas: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).
Este es el amor incondicional. Lo vemos como algo dulce y tierno, y tendemos a romantizarlo, elevándolo a la categoría de aspiración de un corazón noble. Al hacerlo, pasamos por alto el significado de este urgente capítulo. Pablo nos está mostrando el verdadero significado del ágape, el amor perfecto de Dios.
El ágape no se basa en lo que se recibe. Es más que incondicional: es sacrificial. Puede sonar extraño decirlo, pero el amor de 1 Corintios 13 es en realidad un problema para nosotros. Esto se debe a que la gran mayoría de nosotros no lo practicamos, como describe Pablo.
En este capítulo, Dios nos ordena amar como Él ama. Es desgarrador pensar en ello, porque ese amor está más allá de nuestro alcance. Es un amor imposible, pero Pablo quiere mostrarnos cómo podemos vivir con poder este “camino más excelente” (véase 1 Corintios 12:31).
Al leer 1 Corintios 13, me doy cuenta de lo poco que amo con ágape. Pablo dice que el amor es paciente; entonces, Señor, ¿de cuántas maneras soy impaciente? El amor es bondadoso; oh, Señor, ¿de cuántas maneras soy cruel? El amor todo lo sufre, no algunas cosas sino todas, y el amor nunca deja de ser. “El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13:8).
Somos capacitados para andar en amor perfecto, aunque no seamos seres perfectos. ¿Cómo? La justicia de Cristo enciende en nosotros el deseo de amar a los demás como él lo hace. Así es como tú y yo somos capacitados para amar de una manera imposible.
Incluso cuando fracasamos en amar a los demás, ya no tratamos de redoblar nuestros esfuerzos como lo hacíamos antes, fallando una y otra vez. En cambio, nos sentimos impulsados a ir a Jesús y clamar: “Señor, impútame tu justicia. Obra tu ágape en mí, de lo contrario no puedo amar como tú lo haces”. Su llamado a amar permanece siempre ante nosotros. Busquemos, por lo tanto, su justicia para poder amar perfectamente. Sus mandamientos no exigen menos.