La Palabra de Dios Nunca Falla
En la corte del faraón estaba Jacob, un anciano de 130 años. José, su hijo perdido, corrió a abrazar a su padre. Resultó que José era el segundo al mando en todo Egipto. Adondequiera que Jacob iba con su hijo en el palacio, por las calles, en su carro, la gente se inclinaba ante José con respeto y admiración (ver Génesis 46 y 47).
Cuando Faraón le preguntó a Jacob cuántos años tenía, él respondió: “Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida” (Génesis 47:9). En hebreo dice: “Pocos y dolorosos han sido mis días”. En resumen, Jacob había visto mucho sufrimiento.
¿Valió la pena? ¡Sí, absolutamente! Jacob y su familia habían sido liberados de la hambruna. Los setenta miembros de su clan estaban ahora a salvo de todo daño, plantados en las tierras agrícolas más ricas de Egipto. El hijo de Jacob estaba en el trono y tenían toda la comida que podían comer.
Jacob, un hombre de corazón contrito, podía mirar atrás y decir: “Cuando mi hermano Esaú me amenazó, parecía que mi vida estaba acabada; pero Dios me sacó de allí. Mi Señor estuvo allí todo el tiempo. Cuando Labán trató de destruirme, Dios me bendijo y me libró. Además, el Señor libró a mis esposas, Raquel y Lea, y a mi familia de los peligros de la idolatría. Fui victorioso sobre todos mis enemigos. Ninguno de ellos se levantó jamás para desafiarme. Viví para ver a mi descendencia multiplicarse y prosperar, el comienzo de una gran nación. Viví para caminar en medio de mis nietos, incluso mis tataranietos. Ahora, mis hijos serán los patriarcas de Israel, líderes de sus propias tribus. Ninguna palabra que Dios me dijo al principio ha fallado jamás. Mi Señor ha cumplido cada una de sus palabras para mí”.
Amados, tengan ánimo. Dios está con ustedes y su Palabra nunca falla.