La Bendición del Sumo Sacerdote
La Biblia nos dice que cuando Cristo ascendió al cielo, se convirtió en el Sumo Sacerdote de todos los que vienen a él por fe. “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Mientras vivas, él será tu Sumo Sacerdote en el cielo, intercediendo por ti, y seguirá siéndolo hasta que regreses a casa para estar con él. Él está sentado a la diestra del Padre, en el asiento de la autoridad. “Tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Hebreos 8:1).
Jesús está en la presencia del Padre ahora mismo, intercediendo por nosotros. Él confronta a nuestro acusador y le dice: “Te reprendo, Satanás. Éste es mío porque está rociado con mi sangre. ¡Está seguro y su deuda está totalmente pagada! Sin embargo, yo creo que todavía hay más que aprender.
Era deber y privilegio del sumo sacerdote del Antiguo Testamento salir del Lugar Santísimo y bendecir al pueblo. El Señor ordenó a Moisés: “Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz” (Números 6:23-26). Después de que el Sumo Sacerdote lleva la sangre al Lugar Santísimo, la rocía sobre el propiciatorio y agita el incienso, él debe salir al pueblo y bendecirlo.
Este es el ministerio inmutable de nuestro Sumo Sacerdote. Jesús dice: “Los cubriré con mi sangre. Intercederé por ustedes ante el Padre, y saldré y los bendeciré”.
Cuando el sacerdote del Antiguo Testamento pronunciaba esta bendición al pueblo, no decía: “Les deseo paz. Deseo que el Señor haga brillar su rostro sobre ustedes”. No, la bendición estaba respaldada por todo el poder de Dios (ver Números 6:27). Del mismo modo, cuando Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, bendice, no sólo nos desea el bien. Él pronuncia su bendición con autoridad, ¡y es hecho!