Huir o Pelear
“¡Oh Jehová, cuánto se han multiplicado mis adversarios! Muchos son los que se levantan contra mí” (Salmos 3:1). Cuando David escribió este versículo inicial, él estaba experimentando, o que muchas personas lo atacaban en un solo frente o que lo atacaban en muchos frentes.
A veces nos encontramos con una prueba tras otra, o se acumulan todas a la vez. En medio de nuestro sufrimiento, podemos llegar casi a la desesperación. Algunos de nosotros podemos volvernos paranoicos y nuestros pensamientos se vuelven locos sobre los peores escenarios. Nos entra el pánico por lo que nos pueda pasar.
A menudo se nos asegura que podemos enfrentar razonablemente un problema, pero una avalancha de problemas que están más allá de nuestras capacidades perturba el alma. Pasamos cada hora que estamos despiertos preocupados por nuestras dificultades, incapaces de deshacernos de nuestra ansiedad y miedo. A pesar de nuestras mejores intenciones, como David, huimos en lugar de luchar.
Tenemos que aceptar que incluso en las pruebas más duras de la vida, la batalla más grande siempre es contra los principados y potestades que atacan nuestra mente y alma. Estas son nuestras áreas más vulnerables durante tiempos de gran lucha.
En el Salmo 3, David comienza la oración de un rey asediado que estaba desesperado por las crecientes probabilidades estaban en su contra. En el versículo 3, las cosas comienzan a cambiar. David tenía otra oración en su corazón, una oración de asombrosa esperanza. “Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza” (Salmos 3:3).
David había pasado de estar abrumado por “muchas” cosas a centrarse exclusivamente en una cosa: su fuente de liberación. Ya no estaba preocupado por estar rodeado de muchas pruebas, sino que se sentía levantado por la ayuda que sabía que tenía en Dios. David vio su escudo, el Señor mismo, rodeándolo.
El Salmo 3 nos dice que no importa cuán rodeados estemos por las pruebas venideras. No importa de qué dirección vengan los ataques, el Señor nos tiene cubiertos. Esto es cierto no sólo en algunas circunstancias sino en todas ellas. Dios tiene control sobre todas nuestros afanes y preocupaciones. Él es un escudo que cubre cada centímetro de nuestro ser, sin dejar espacio para las flechas penetrantes del enemigo. Hoy, deja que la presencia misma de Dios sea tu mayor escudo en cualquier prueba que enfrentes.
Este devocional ha sido adaptado del libro de Gary Wilkerson: El Altar de Nuestros Corazones: Un Devocional Expositivo sobre los Salmos.