Jesús se Deleita en la Bendición
Muchos cristianos piensan que Dios sólo se deleita en castigarnos y corregirnos. ¡No es tan cierto! La Biblia nos dice que él no se complace en disciplinarnos. Al contrario, Jesús dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). Él nos asegura: “¡Te daré todo lo que necesites porque mi corazón está decidido a bendecirte!”
En ninguna parte de la Biblia encontramos a Jesús maldiciendo a nadie; lo único que maldijo fue una higuera. Ningún predicador, apóstol, profeta o pastor en la historia bendijo a la gente más que Jesús. Él pronunció bendiciones dondequiera que se iba.
Considera el Sermón del Monte en Mateo 5. Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu. Bienaventurados los que lloráis. Bienaventurados los mansos. Bienaventurados vosotros si tenéis hambre y sed de justicia. Bienaventurados los misericordiosos, los pacificadores, los perseguidos, los injuriados”. Dondequiera que Jesús volteaba, pronunciaba: “Bienaventurado… bienaventurado… bienaventurado”.
Jesús tomó a los niños en sus brazos y los bendijo. Bendijo a los que celebraban fiestas para los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos: “Alzando sus manos, los bendijo” (Lucas 24:50).
Me toca profundamente el corazón que las últimas palabras de Jesús antes de dejar a sus discípulos fueran palabras de bendición. Lucas dice: “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:45). Y luego “…bendiciéndolos” (versículo 51).
En este punto tú puedes estar pensando: “Puedo entender cómo el Señor bendeciría a los niños, o a los nuevos conversos, o incluso a los cristianos de los países pobres que necesitan milagros sólo para tener comida. Puedo ver cómo bendeciría a los creyentes encarcelados en países extranjeros, proveyéndoles milagrosamente revelaciones gloriosas de sí mismo. ¿Pero yo? Bueno, creo que yo nunca estaré a la altura de la luz que he recibido y no me siento digno de sus bendiciones”.
Amado, espero que ya entiendas que nunca serás digno de las bendiciones de Dios. Nadie se gana sus bendiciones. Más bien, Él viene a nosotros, estrictamente en Su misericordia y gracia, y nos otorga bendiciones espirituales que van más allá de nuestra comprensión.