Jesús y las Tormentas

David Wilkerson (1931-2011)

Jesús ordenó a sus discípulos que subieran a una barca que se dirigía a una colisión. “En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud” (Mateo 14:22). Noten que dice que él "hizo a sus discípulos entrar en la barca… " que se dirigía a aguas turbulentas donde sería arrojada como un corcho que se balancea. Los discípulos serían empujados a una experiencia mini-Titanic y Jesús lo supo todo el tiempo.

¿Dónde estaba Jesús? Él estaba en el monte, supervisando aquel mar. Probablemente estaba allí orando para que ellos no fracasaran en la prueba que sabía que debían pasar. El viaje en bote, la tormenta, las olas y los vientos eran parte de una prueba que el Padre había planeado. Estaban a punto de aprender la mayor lección que jamás aprenderían: cómo reconocer a Jesús en la tormenta.

En este punto, los discípulos lo reconocieron como el hacedor de milagros, que convirtió los panes y los peces en alimento milagroso. Lo reconocieron como el amigo de los pecadores, el que trajo la salvación a toda clase de humanidad. Lo conocían como el proveedor de todas sus necesidades, incluso al pagar sus impuestos con dinero de la boca de un pez.

Ellos reconocieron a Jesús como “el Cristo, el mismo Hijo de Dios”. Sabían que él tenía palabras de vida eterna. Sabían que tenía poder sobre todas las obras del diablo. Lo conocían como maestro, quien les enseñó a orar, a perdonar, a atar y a desatar. Sin embargo, aún no habían aprendido a reconocer a Jesús en la tormenta.

Esta es la raíz de muchos de nuestros problemas hoy. Confiamos en Jesús para los milagros y la sanidad. Le creemos para nuestra salvación y el perdón de nuestros pecados. Confiamos en que él nos llevará a la gloria un día. Sin embargo, cuando una tormenta repentina cae sobre nosotros y parece que todo se está desmoronando, nos resulta difícil ver a Jesús cerca. No podemos creer que él permita que las tormentas nos enseñen a confiar.

Esta no es alguna lección profunda, mística y trascendental. Jesús simplemente quiere que confiemos en él como nuestro Señor en cada tormenta de la vida. Él quiere que sus discípulos mantengan el ánimo y la confianza incluso en las horas más negras de la prueba.