La Familia y el Poder del Perdón
Los hermanos de José no tenían idea de cuánto los amaban hasta que Dios usó una crisis para demostrárselo. “Y el hambre estaba por toda la extensión del país. Entonces abrió José todo granero donde había, y vendía a los egipcios; porque había crecido el hambre en la tierra de Egipto… Viendo Jacob que en Egipto había alimentos, dijo a sus hijos: ¿Por qué os estáis mirando? Y dijo: He aquí, yo he oído que hay víveres en Egipto; descended allá, y comprad de allí para nosotros, para que podamos vivir, y no muramos” (Génesis 41:56; 42:1-2).
Habían pasado veinte años desde que los hermanos de José lo vendieron como esclavo. Ahora era el primer ministro de Egipto y había estado almacenando grano durante siete años en preparación para lo que sabía que sería una hambruna generalizada que se avecinaba. Sus hermanos pensaron que iban a Egipto a comprar maíz, pero Dios tenía planes más grandes. Al no merecer nada más que juicio, experimentarían misericordia y restauración.
Siempre me resulta imposible leer esta parte de la historia sin llorar. Es una hermosa imagen de la gracia y el amor de nuestro Señor Jesucristo por todos los que le han fallado. Cuando los hermanos se pararon frente a José en la corte de Faraón, no lo reconocieron, pero él los reconoció de inmediato (ver Génesis 42:8). Allí estaban, inclinándose ante él tal como lo había soñado. ¿Estaba José enojado? No, su corazón se llenó de compasión al ver a sus amados hermanos.
Entonces, ¿por qué los acusó luego de ser espías? Una vez pensé que José se estaba vengando un poco, pero ese no era su motivo. En realidad estaba siguiendo la dirección de Dios. Estos hombres orgullosos necesitaban enfrentar la fealdad y la culpa de su pecado y comprender que la misericordia era su única esperanza.
José puso a sus hermanos en prisión por tres días para darles la oportunidad de enfrentar la verdad, y funcionó. “Y decían el uno al otro: Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia” (Génesis 42:21).
Este es el hermoso mensaje de la cruz de Cristo. Cuando llegamos al final de nosotros mismos, su divina misericordia y gracia nos libran de toda condenación.