La Gloria de Dios
Ningún hombre puede definir correctamente la gloria de Dios más de lo que un hombre puede definirlo a él. La gloria es la plenitud de Dios y ese es un tema demasiado elevado para nuestras mentes finitas. Sin embargo, conocemos en parte.
Cuando Dios da su gloria, se da a sí mismo. Quien recibe su amor recibe también su misericordia, santidad y fortaleza. El que recibe su misericordia también recibe su amor y todo lo demás que es la plenitud de Dios. Los que buscan la gloria de Dios deben aprender que Él verdaderamente desea darse a sí mismo por nosotros, es decir, quiere que disfrutemos de la plenitud del reposo y la confianza.
Antes de dejar la tierra para volver a su Padre celestial, Jesús oró: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra” (Juan 17:5-6).
Jesús estaba en el seno del Padre antes de que existiera el mundo. Él era uno con el Padre, y esa era la gloria. La unión con el Padre era el deleite y la gloria de su ser. Tenía intimidad, unión y unidad.
Sabemos tan poco de su gloria. Pensamos sólo en términos de poder cósmico y esplendor. Estamos tan poco familiarizados con el verdadero significado de la gloria de Dios que ni siquiera entendemos lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos” (Juan 17:10).
¿No sabías que Jesucristo es glorificado en sus santos ahora? Él permanece en nosotros en toda su plenitud divina. Estamos completos en él. Cuando él viene a morar, viene en toda su gloria, poder, majestad, santidad, gracia y amor. Hemos recibido la gloria de un Cristo pleno y completo. Tenemos un cielo abierto. Acerquémonos confiadamente al trono de su gloria y demos a conocer nuestras peticiones. ¡Qué maravilloso es caminar con seguridad y esperanza!