La Gloria de Jesucristo
Jesús oró por sus discípulos: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros… La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:21-23).
Jesús dijo, en esencia, “La gloria que me diste, Padre, yo les he dado”. ¿Cuál es esta gloria que le fue dada a Cristo, y cómo nuestras vidas revelan esa gloria? No es algún aura o emoción; es acceso sin obstáculos al Padre celestial. ¡Qué pensamiento tan asombroso!
Jesús nos facilitó el acceso a través de la cruz al Padre. “Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:17-18). Por fe, hemos llegado a un lugar de libre acceso a Dios. No somos como Ester en el Antiguo Testamento. Ella tuvo que esperar una señal del rey antes de poder acercarse al trono. Solo después de que él extendió su cetro, Ester fue aprobada para pasar al frente.
Por el contrario, tú y yo ya estamos en la sala del trono. Tenemos el derecho y el privilegio de hablar con el Rey en cualquier momento. De hecho, estamos invitados a hacerle cualquier petición. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
Cristo dijo: “No puedo hacer nada por mí mismo. Sólo hago lo que el Padre me dice y me muestra” (ver Juan 5:19). Hoy se nos ha dado el mismo grado de acceso al Padre que tuvo Cristo. Puedes decir: “Espera un minuto, ¿tengo el mismo acceso al Padre que tuvo Jesús?”
No te equivoques. Como Jesús, debemos orar con frecuencia y fervor, esperando en el Señor. En respuesta, el Espíritu Santo nos revela la mente y la voluntad del Padre.