La Invitación de la Cruz

David Wilkerson (1931-2011)

Dios miró hacia un mundo enfermo de pecado, lleno de gente atrapada en prisiones llenas de miedo y desesperación, y envió a su propio Hijo. Jesús vino a la tierra, asumiendo la fragilidad de la carne humana, y dijo a todos los que quisieran escucharlo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

La invitación de la cruz es un llamado a cada alma que está enferma de pecado. Jesús llama a todos los que están agobiados con cadenas, hábitos poderosos y pecados que los acosan: “Vengan a mí ahora con todas sus pesadas cargas. No hay otro camino sino a través de mi cruz”. Jesús murió en la cruz no solo para perdonar el pecado sino también para romper su poder agotador sobre nosotros.

El pecado cansa la carne, agota todo lo que es bueno, amable y precioso. Endurece el corazón, destruye la paz y causa culpa, tristeza y vergüenza. Consume los pensamientos de la mente, debilita y oscurece el alma. El pecado genera temor y, lo peor de todo, cierra toda comunión con Dios.

Si yo predicara hoy en muchas iglesias acerca de las exigencias de la cruz, con su muerte a toda lujuria y placeres mundanos, las multitudes huirían, tal como lo hicieron cuando Jesús les habló del costo de seguirlo. Esas iglesias nunca mencionan la cruz. En cambio, invierten sus energías en reuniones ingeniosas llenas de espectáculo, ilustraciones dramáticas y sermones sobre cómo enfrentar los problemas de la vida.

Dios parece tener mucha paciencia con esos esfuerzos carnales y bien intencionados de promover el evangelio. Sin embargo, no podemos dar por sentada la paciencia de Dios. Que Dios ayude a los ministros de esas iglesias que se niegan a advertir a su pueblo que abandone sus pecados.

El profeta Jeremías se lamentó: “…y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad… Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras” (Jeremías 23:14, 22).

La advertencia de Jeremías es para los ministros actuales: “¡Traigan de vuelta la cruz, o la sangre del pueblo estará sobre sus manos!”

 
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