La Justicia como Regalo

John Bailey

Es realmente importante entender el evangelio de la gracia. Jesús murió en la cruz, y cuando murió en la cruz, él pagó íntegramente el precio de nuestra salvación. Por eso, no tenemos nada que agregar a la ecuación.

Entonces es un problema cuando la gente dice: “Bueno, ya sabes, Jesús hizo su parte y ahora yo hago la mía. Él empezó el buen trabajo y ahora tengo que trabajar para terminarlo”. Cada vez que intentas agregar algo a la obra terminada de Jesús, es una definición simple de legalismo. 

Cuando la gente vive en una rutina de obras, tratando constantemente de hacer cosas para agradar a Dios, la única manera de liberarnos es comprendiendo la gracia de Dios. En primer lugar, Jesús agradó a Dios como el sacrificio supremo en el Calvario. Cuando dio su vida, él cumplió todas las demandas de Dios, para que la ira de Dios no sea contra nosotros. Ahora vivimos en la libertad y el poder de Cristo. 

La elección está ante nosotros. Podemos buscar una relación con Dios basada en la deuda, o podemos buscar una relación con Dios basada en la fe. Si se trata de una relación basada en deudas, nunca estás seguro de haber pagado lo suficiente. “¿Sacrifiqué lo suficiente, ayuné lo suficiente, oré lo suficiente, di lo suficiente para obtener el favor de Dios?”

El apóstol Pablo pasó de este lugar de nacer bajo la ley y vivir bajo la ley a ser libre en Cristo. Él era un fariseo de fariseos, pero cuando conoció a Cristo y el poder del evangelio, el Espíritu Santo llenó su corazón y hubo una transformación completa.

¡Pablo escribió acerca de cuán gloriosa es esta libertad! “Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia…” (Romanos 4:14-16).

Ahora, bajo la promesa que descansa en la gracia, somos conformados a la imagen de Cristo, vivimos como él y oramos como él. Es un caminar santo con Dios, pero es una santidad producida por Dios y no por nuestro propio esfuerzo.