La Oración que Dios Busca
Cuando se escribió el libro de Daniel, Israel estaba cautivo en Babilonia. Para el capítulo seis, después de una larga vida en el ministerio, Daniel tenía ochenta años.
El rey Darío ascendió a Daniel al cargo más alto del país. Se convirtió en uno de los tres copresidentes, por encima de príncipes y gobernadores de 120 provincias. Darío favoreció a Daniel sobre los otros dos presidentes, poniendo a Daniel a cargo de formar la política del gobierno y enseñar a todos los intelectuales y nombrados por la corte (ver Daniel 6:3).
Obviamente, Daniel era un profeta ocupado. Solo puedo imaginar el tipo de presiones ejercidas sobre este ministro con una apretada agenda y reuniones que consumen mucho tiempo. Sin embargo, nada podría apartar a Daniel de sus momentos de oración; nunca estaba demasiado ocupado para orar. La oración seguía siendo su ocupación central, por encima de todas las demás demandas. Tres veces al día, se alejaba de todos sus deberes, cargas y demandas como líder para pasar tiempo con el Señor. Simplemente, él se apartaba de todas las actividades y oraba; y Dios le respondía. Daniel recibía toda su sabiduría, dirección, mensajes y profecías mientras estaba de rodillas (ver Daniel 6:10).
Daniel siempre había sido un hombre de oración. En su vejez, él no tenía pensamientos de reducir la velocidad. Las Escrituras no mencionan que Daniel se haya desgastado o desanimado. Al contrario, Daniel recién comenzaba. Las Escrituras muestran que incluso cuando este hombre cumplió ochenta años, sus oraciones sacudían el infierno, enfureciendo al diablo.
¿Qué es una oración que sacude el infierno?
Viene del siervo fiel y diligente que ve a su nación e iglesia caer más profundamente en el pecado. Esta persona cae de rodillas y clama: “Señor, yo no quiero ser parte de lo que está sucediendo. Permíteme ser un ejemplo de tu poder guardador en medio de este siglo perverso. No importa si nadie más ora. Yo voy a orar.”
¿Demasiado ocupado para orar? ¿Dices: “Solo lo tomo por fe”? Puedes pensar para tí mismo: “Dios conoce mi corazón; él sabe lo ocupado que estoy. Hago oraciones mentales durante todo el día”.
Creo que el Señor quiere tiempo de calidad y sin prisas a solas con nosotros. La oración se convierte entonces en un acto de amor y devoción, no solo en un momento de petición.