La Poderosa Mano de Dios
“Tu diestra, oh Jehová, ha sido magnificada en poder; tu diestra, oh Jehová, ha quebrantado al enemigo” (Éxodo 15:6).
Aunque algunos cristianos saben que son perdonados y están seguros, carecen de un sentido de poder contra la carne. No han llegado al conocimiento de la "liberación total" de su naturaleza maligna. Por su sangre, él nos asegura; luego, con su mano poderosa, quebranta el poder del pecado en nosotros. El pecado todavía habita en nosotros, ¡pero no gobierna!
¡Qué palabra tan increíblemente alentadora en estos días de desilusión y esfuerzos sobrehumanos por liberarse del poder del pecado! Sin embargo, somos tan reacios a reconocer la obra de la mano de Dios. Va en contra de nuestro orgullo, nuestro sentido de la justicia e incluso nuestra teología aceptar la verdad de que nuestra liberación del dominio del pecado proviene de un poder que no es el nuestro. Sin embargo, mira nuestro ejemplo: Israel salió armado, pero todas las batallas eran del Señor. “…Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 Samuel 17:47).
La sangre aseguró a Israel del juicio divino, pero la mano elevada de Dios los libró del poder de la carne. Habían experimentado la seguridad y se habían regocijado en ella; ahora necesitaban poder. Poder para acabar de una vez por todas con el viejo enemigo, y poder para armarlos contra todos los nuevos enemigos por venir. Ese poder está en la mano elevada y poderosa del Señor.
Se nos han dado grandes y preciosas promesas que superan las dadas a Israel. Dios ha prometido librarnos de todo mal y sentarnos en los lugares celestiales en Cristo Jesús, libres del dominio del pecado.
Sin embargo, primero debemos aprender a aborrecer el pecado. Sin acuerdos ni transigencias. Mima tu pecado, juega con él, déjalo permanecer, niégate a demolerlo, y un día se convertirá en lo más doloroso de tu vida.
No ores por la victoria sobre los pecados de la carne hasta que hayas cultivado el odio hacia ellos. Dios no tendrá nada que ver con nuestras excusas y apaciguamientos. ¿Estás esclavizado por un pecado secreto que causa confusión y angustia tanto física como espiritualmente? ¿Lo odias con pasión? ¿Sientes la santa ira de Dios contra ella? Hasta que lo hagas, la victoria nunca llegará.