La Raíz de Nuestra Perfección
Billy Graham dijo una vez: “La ansiedad es el resultado natural cuando nuestras esperanzas se centran en algo que no sea Dios y su voluntad para nosotros”.
Cuando creemos que estamos destinados a vivir una vida perfecta, existe la sensación de un mandamiento para ser perfectos. Es bueno desear la santidad y la perfección, pero la angustia que proviene de no lograrlas a menudo genera ansiedad, estrés y temor de que no estamos bien con Dios. Nunca estamos en paz, y no podemos disfrutar la plenitud de la presencia de Dios y un hambre satisfecha porque pensamos que nuestra perfección depende de nosotros. Es agotador e inalcanzable.
Toda la ansiedad del mundo no te hará una mejor persona o un cristiano más perfecto. En lugar de atormentarnos con lo que nos falta, estamos llamados a examinar nuestro corazón y ofrecerle nuestra insuficiencia. Escucha las palabras del apóstol Pablo: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6).
Los bosques costeros que se extienden desde el centro de California hasta el sur de Oregón albergan secuoyas gigantes, algunos de los árboles más antiguos y magníficos de la tierra. Estas imponentes bellezas son literalmente una mirada retrospectiva a través del tiempo. Cuando nos quedamos asombrados al pie de una secuoya vieja, es difícil creer que comenzó su ascenso como una simple plantita. Aunque diminuta y a cientos de años de convertirse en gigante, la pequeña planta es perfecta en cada etapa de crecimiento. Su tamaño y vulnerabilidad desmienten la grandeza de su ADN.
Nosotros también, como obra de Dios, estamos completos en cada fase de crecimiento cuando recibimos nuestro sustento de él. Cuando Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), nos estaba ordenando asumir su perfección. Sus palabras y Espíritu son el alimento que nos empuja hacia arriba. Nuestras luchas para complacer a los demás e impresionar a Dios son batallas reales, a veces de por vida, pero el Señor ofrece una salida. “Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Él tiene una visión a largo plazo y ve nuestro gran potencial incluso cuando somos pequeños y vacilantes. Cuando le confiamos nuestra vida, somos completos, perfectos en cada etapa de crecimiento.