La Raíz y el Propósito del Dolor

Gary Wilkerson

A veces puede ser confuso qué papel juega Dios en el dolor, las dificultades y el sufrimiento versus qué es el pecado o la caída.

Vemos en las Escrituras que Dios creó una buena tierra y que todo lo que había creado en esos seis días era bueno. Entonces el pecado entra en escena, y mucho de lo bueno se echa a perder. La maldad de Satanás es parte de esto. Creo que a Satanás se le ha dado cierto margen de maniobra bajo la autoridad de Dios. Dios no causa nada del mal que hace Satanás, pero le ha dado a Satanás cierto margen para tener dicha hostilidad.

Sin embargo, la maldad del pecado en el mundo no se debe solo a Satanás. Dios le dijo específicamente a Adán y, por extensión, a toda la humanidad: “… maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida… Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:17-19).

Debido a la maldad de Satanás y el pecado del hombre, Dios en su soberanía permitió un ambiente donde habrá peligro y caos. Él también hizo un plan para redimirnos a nosotros y al mundo a través de nosotros. “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:19-21).

Cuando leo este pasaje, veo que el señorío de Dios y los buenos propósitos eternos aún se llevan a cabo en un mundo caído. Creo que lo que pasó en Génesis 3 no fue un accidente o un plan B. Lo veo como parte del plan soberano de Dios para manifestar su plenitud a la humanidad. ¿Por qué? Porque solo un versículo antes, Pablo escribió: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

Cuando contemplamos el sufrimiento en el mundo, nunca debemos perder de vista el hecho de que Dios no existe para nosotros. Nosotros existimos para Dios. Debido a esto, él es glorificado a medida que crecemos a través de la tristeza y el dolor para comprender mejor y adorar la bondad perfecta de quién es él.