La Verdadera Batalla que Enfrentamos

Gary Wilkerson

Ponte en los zapatos de Pablo por solo un minuto. Alguien llega a darte un informe; tal vez sea Timoteo o Tito. Pablo pregunta: “¿Qué piensa de mí la gente de Corinto?” Le dicen: “Piensan que tus cartas son duras”. Tal vez Pablo piensa: “¡Genial, como que les gusto!”. La revisión no se detiene allí, desafortunadamente. Aparentemente, la gente en la iglesia de Corinto decía: “Las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable.” (2 Corintios 10:10). Básicamente, decían que sus cartas eran contundentes, pero él no era impresionante en persona y su forma de hablar equivalía a nada.

¿Te gustaría que se hablara así de tu sustento, de toda tu vida? Estás amando a Dios, trabajando en tu ministerio y sirviendo a los demás; entonces el informe sobre ti es: “No eres muy impresionante”.

Pablo tuvo la oportunidad de dejar que esa mentira entrara en su alma. Podría haberse dado por vencido y haber dicho: “Vaya, he estado trabajando muy duro y tratando de bendecir a estas personas y creo que simplemente no tengo lo que se necesita”. O podría haber ido en la otra dirección y haber dicho: “¿Sabes qué? Me niego a creer esa mentira. Cuando vaya allá, me aseguraré de que vean lo audaz e impresionante que puedo ser. ¡Se los voy a probar!”

Es tentador tener una de esas dos respuestas. O nos damos por vencidos y abandonamos el llamado de Dios, o nos defendemos. Lo segundo a veces se siente más santo, pero ¿qué estamos haciendo realmente entonces? Estamos asumiendo la ira humana, tratando de resolver la mentira de Satanás con nuestras propias fuerzas.

Pablo tampoco lo hizo. Él entendió la verdad, que no fue llamado a pelear en la carne. Él escribió: “Mas el que se gloría, gloríese en el Señor; porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:17-18). Pablo sabía que intentar elogiarse a sí mismo o arreglar las cosas con sus propias fuerzas nunca funcionaría. Él entendió la realidad de nuestras luchas en la vida. “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:3-4).