La Vida no Está en la Carcaza
Estos cuerpos mortales nuestros no son más que meras carcazas. La carcaza no es algo permanente, sino un confinamiento temporal que envuelve una fuerza vital en constante crecimiento y maduración. El cuerpo es una carcacza que actúa como un guardián transitorio de la vida interior. La carcaza es sintética en comparación con la vida eterna que viste.
Así es como Pablo pudo decir: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). ¿Pablo era mórbido? ¿Tenía una fijación enferma con la muerte? ¿Estaba Pablo faltando el respeto por la vida con la que Dios lo había bendecido? ¡Absolutamente no!
Pablo vivió la vida al máximo. Él dijo: “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1:23-24). Para él, la vida era un regalo y la había usado bien para pelear una buena batalla. Sin embargo, también había superado el miedo al "aguijón de la muerte" y ahora podía decir: "Es mejor morir y estar con el Señor que permanecer en la carne". Ese tipo de conversación es absolutamente ajena a nuestro vocabulario espiritual moderno. Nos hemos convertido en tales adoradores de la vida que tenemos muy pocos deseos de partir para estar con el Señor.
La muerte es una mera ruptura de la frágil carcaza. En el momento preciso en que nuestro Señor decide que nuestra carcaza ha cumplido su función, el pueblo de Dios debe abandonar sus cuerpos viejos y corruptos de vuelta al polvo del que vinieron. ¿A quién se le ocurriría recoger los fragmentos de carcaza y devolver al pollito recién nacido a su estado original? ¿Quién pensaría en pedirle a un fallecido ser querido que renuncie a su cuerpo glorificado hecho a la imagen de Cristo y regrese a la carcaza en descomposición de la que él o ella se liberó?
Todo verdadero cristiano ha sido imbuido de vida eterna. Es plantada como semilla en nuestros cuerpos mortales y está en constante maduración. Está dentro de nosotros un proceso de desarrollo siempre creciente y siempre en expansión; y finalmente debe salir de la carcaza para convertirse en una nueva forma de vida. Esta vida gloriosa de Dios en nosotros ejerce presión sobre la carcaza, y en el mismo momento en que la vida de resurrección está madura, la carcaza se rompe. Los límites artificiales se rompen y el alma se libera de su prisión. ¡Alabado sea el Señor!