Liberación de Sodoma
La mayoría de nosotros pensamos en Sodoma como una especie de ciudad malvada moderna como San Francisco, Nueva York o Nueva Orleans. La verdad es que solo tenemos que mirar nuestro propio corazón para encontrarla.
Todos nacemos con una naturaleza sodomita, un corazón sumamente malvado y lleno de toda maldad. “Antes en el corazón maquináis iniquidades; hacéis pesar la violencia de vuestras manos en la tierra” (Salmos 58:2).
Yo creo que el siguiente pasaje revela cómo Dios nos libera de Sodoma: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:3-4).
Dios viene a nosotros en nuestra condición engañada y atada, con promesas poderosas de liberación total y completa. Él dice: “Prometo liberarte y guardarte de la iniquidad. Te daré un corazón para que me obedezcas, así que ahora deja que mis promesas te tomen”.
¡Qué verdad maravillosa y liberadora! Somos librados de nuestro pecado cuando nos aferramos a las promesas de Dios. Piénsalo por un momento. Pedro dice que los creyentes a los que se dirigía en esta epístola habían “escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. ¿Cómo escaparon del pecado estos cristianos? Recibieron poder divino, vida y piedad por medio de su fe en las promesas de Dios.
Amado, tu Padre quiere que conozcas la plenitud del gozo en Cristo. Ese gozo brotará solamente cuando seas liberado del poder del pecado. Así que permite que el Espíritu Santo entre en la raíz de tus lujurias y elimine todo lo que no sea como Cristo.
Ora al Señor ahora mismo: “Oh, Padre, estoy de acuerdo contigo en cuanto a mi pecado. El hedor de mi transigencia ha llegado al cielo, y sé que tiene que desaparecer de inmediato. Señor, recibo tu ultimátum amoroso y divino y pongo todo ante ti. Enciende todo lo malo que hay en mí y permite que tus promesas se apoderen de mi corazón. Guíame al monte de tu santidad”.