Liberados de Nuestras Aflicciones
Una noche, Jacob luchó con el Señor en un campo abierto (ver Génesis 32:24-26). Me imagino algunos pensamientos pasando por la mente de Jacob: “Dios, ¿cómo terminé en este lío? Tú me hiciste grandes promesas. Me dijiste que me guiarías, me guardarías y cumplirías tus planes en mí. ¿Cómo podría ser esto algo que viene de ti? ¿Qué clase de pacto es este? Señor, simplemente no tengo futuro”.
Ahora bien, se podría pensar que Jacob no consultó a Dios acerca de algunas de sus decisiones. Tal vez actuó según su naturaleza pecaminosa. Bueno, tal vez sí lo hizo, pero todo eso no viene al caso. Dios podría haber intervenido en favor de Jacob en cualquier momento, pero no lo hizo.
El hecho es que podemos tener un espíritu contrito y aun así tener problemas. Es posible que tú y tu cónyuge estén pasando por una prueba terrible. Has orado: “Señor, no entiendo. Sé que mi corazón está bien y que estoy caminando contigo, así que ¿por qué estás permitiendo esta terrible prueba?”
La mayoría de nosotros pensamos, como Jacob, que los cristianos contritos y que oran no deberían tener que soportar grandes dolores. No deberíamos enfrentar tiempos terribles o condiciones aterradoras en las que nuestro futuro mismo se vea amenazado. Sin embargo, la realidad es que los cristianos humildes, arrepentidos y que oran aún sufren grandes peligros y dolores.
En ningún lugar de la Biblia Dios promete librarnos de los problemas. Nunca promete un camino tranquilo en nuestro trabajo o carrera, ni nos promete exención de aflicciones. De hecho, dice: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová” (Salmos 34:19).
Pablo habla de conocer las alturas y profundidades del amor de Dios por él, pero el Señor no impidió que el barco de Pablo se hundiera. Pablo dice que estuvo expuesto a peligros en la tierra y en el mar, de ladrones y de sus propios compatriotas. De hecho, Dios permitió que el apóstol fuera apedreado, golpeado y deshonrado. A veces, podemos llorar, preguntándonos: “Dios, ¿dónde estás? ¿Por qué no me has sacado de esto?”. Aunque el Señor nos permite experimentar cosas que prueban nuestras almas, él nos libera de todas ellas, tal como lo hizo con Jacob y Pablo.